Reflexión sentida sobre la exclusión social

Hoy os quiero compartir un artículo sobre el impacto personal y psicológico que provoca nacer y vivir en un ambiente de exclusión social severa y las ideas de posible transformación.

Fue publicado en el Boletín de Mayo 2018 del Programa PARES, con quien colaboro.

¡Espero os sea útil!


Voy a empezar mi reflexión tal y como vaya surgiendo, sin intentar ordenar y sin el reto de descifrar o despejar grandes interrogantes ni aportar datos demasiado especiales e importantes sino que voy a ser humilde y voy a intentar aportar solamente mi visión y si con ello aporto algo nuevo al lector será genial, aunque sea un tímido autocuestionamiento que pueda conducir, quizás, a un cambio de perspectiva, a un ligero movimiento de nuestro pensamiento, en muchos casos, etnocentrista.

Cuando me planteaba escribir este pequeño artículo tenía resonando ciertos comentarios que se generan en mi entorno con relativa frecuencia respecto a las causas de los problemas sociales o en relación a la responsabilidad que tiene la persona de estar en una situación de desventaja. Esos estereotipos, juicios simplistas que emitimos “quiere estar toda la vida así, viviendo de prestaciones, es un vago, no quiere trabajar”, “los gitanos son incapaces de vivir en una casa, llegan y lo destrozan todo”, “ese colegio tiene muchos inmigrantes y gitanos, seguro que tiene un nivel muy bajo o es peligroso”,  “los inmigrantes no se quieren integrar, no quieren hacer el esfuerzo de vivir como nosotros, ellos quieren mantener sus costumbres pero aprovechándose de nuestras ayudas”, “con tanta ayuda como van a querer trabajar, se está muy bien viviendo del cuento”. no contribuyen a mejorar la imagen de ciertos colectivos, sino que los criminalizan, los responsabilizan de su situación. Se produce una doble victimización. Por un lado estas personas sufren las desventajas sociales (paro, precariedad laboral, difícil acceso a la vivienda y otros recursos, etc.) y por otro lado sufren el estigma que supone que te hagan culpable de una situación que tú no sabes manejar y que, además,  no has creado tú.

En este sentido me gustaría apuntar dos procesos que se dan de forma paralela y que dificultan la integración de estos colectivos. Por un lado, la sociedad “más acomodada” (dentro de la norma) utiliza a muchas ocasiones a estos colectivos más vulnerables como “chivo expiatorio” pues, retomando palabras de Jesús Valverde Molina (Proceso de inadaptación social. 2002 4ª Edición), “son usados como detergente para lavar la imagen de las instituciones” que no pueden cumplir con su cometido de protección social. Los medios de comunicación son la herramienta principal en este proceso de estigmatización. Por otra parte, la sociedad no reconoce estas situaciones de vulneración de derechos y discriminación porque, en cierta manera,  si se reconoce este hecho, la persona pone en peligro su “seguridad” psicológica. La indiferencia, la invisibilización o la culpabilización del otro/a actúa como un mecanismo de defensa que se activa en la persona para reducir su conflicto interno y poder mantener esas creencias “cada uno tiene lo que se merece”, “existe justicia social” que favorecen un sentimiento de pertenencia y seguridad, necesaria para la persona, dentro de una sociedad del bienestar.

En relación a esto comentado, me venía a la cabeza el famoso “Efecto Pigmalion” o de la profecía autocumplida, que hace referencia a la idea de que las expectativas que tenemos sobre personas, cosas, situaciones e incluso sobre nosotros/as mismos/as pueden llegar a ser realidades pues, de forma inconsciente, nuestro patrón de conducta interna es siempre coherente con las creencias que sostenemos (estén fundadas o no).

La persona nacida, criada y cuya experiencia vital se desarrolla en procesos de exclusión conforma una identidad personal vulnerable, que puede tender a la propia auto-exclusión. Es lo que el psicólogo Eric Berne denominó como “posición existencial”. La posición existencial o posición de vida puede definirse como las creencias básicas (generalmente inconscientes) que uno tiene sobre sí mismo, sobre los demás y el mundo, que justifican las decisiones y el comportamiento de la persona. Esas creencias se generan en la infancia en base al propio sentimiento de “confianza básica” que el psicólogo Eric Ericcson, autoridad en el desarrollo infantil definía como “…un estado de cosas en el que el niño/a siente que está en paz con el mundo y que todo está en paz con él o ella” (AT Hoy, pag 145).  Eric Berne define 4 posiciones existenciales:

  1. Yo estoy bien, tú estás bien.
  2. Yo no estoy bien, tú estás bien.
  3. Yo estoy bien, tú no estás bien.
  4. Yo no estoy bien, tú no estás bien.

La persona con una posición existencial “Yo estoy bien, tú estás bien” es una persona que confía en sí misma y en su entorno, es probable que desarrolle una conducta “ganadora”, que le lleve al logro, al éxito en sus metas, etc.

La persona con una posición de “Yo estoy bien, tú estás bien”, se posiciona ante el mundo como inferior y desarrollará una conducta también perdedora, de desventaja ante los otros (víctima).

La posición existencial “Yo estoy bien, tú no estás bien” serán personas que creen estar en una posición superior al resto y colocan al otro en condiciones de inferioridad. Muchas veces logrará lo que quiere pero con una lucha constante y muchas veces logrará el rechazo porque la gente se cansará de estar por debajo. En este caso la persona también sale perdiendo.

La posición “Yo no estoy bien, tú no estás bien” conlleva desesperanza. La persona se sitúa en inferioridad al resto, sintiendo que nadie le quiere y acepta y piensa que nadie le ayudará porque tampoco está bien. Su conducta se desarrollará en base al rechazo y a ser rechazado.

Las personas que se encuentran en una situación de exclusión social severa es probable que se sitúen en una posición existencial “perdedora” pues son personas que han crecido y/o se han desarrollado en entornos personales y sociales inseguros, inestables y privados no sólo de necesidades básicas como la vivienda, sino que muchas de las necesidades relacionales básicas del ser humano no están satisfechas tampoco.  

Siguiendo a Richard Erskine, padre de la Psicoterapia Integrativa, “las necesidades relacionales son las necesidades propias del contacto interpersonal. No son las necesidades básicas de vida como la comida, el aire, o la temperatura apropiada, pero son los elementos esenciales que refuerzan la calidad de vida y un sentido de sí mismo en relación.”

Aunque puede haber un número infinito de necesidades relacionales, a continuación voy a describir las 8  que en la literatura se consideran más relevantes y que, particularmente he contrastado en mis más de diecisiete años de experiencia en el ámbito de la intervención social y/o terapéutica, que están presentes en la mayoría de las relaciones significativas de las personas que he acompañado.

  1. Necesidad de seguridad: Sentirse vulnerable pero en armonía con el otro/a. La experiencia sentida de una forma profunda de tener las vulnerabilidades físicas y emocionales protegidas.
  2. Necesidad de aprobación: sentirse validado, confirmado, e importante dentro de una relación.
  3. Necesidad de aceptación: sentir que tus necesidades, creencias, sentimientos, etc. son comprendidos y valorados por una persona que sea  estable, confiable y protectora.
  4. Necesidad de confirmar la experiencia personal: deseo de estar en presencia de alguien que es similar, que te entiende porque ha tenido una experiencia similar y de que esa experiencia compartida sea vista, tenida en cuenta, validada y comprendida.
  5. Necesidad de autodefinición: que la persona pueda darse a conocer como es, expresando la propia singularidad y recibiendo reconocimiento y aceptación.
  6. Necesidad de tener un impacto en la otra persona: El impacto se refiere a tener una influencia que afecte al otro de alguna manera positiva.
  7. Necesidad de que el otro tome la iniciativa: La iniciativa se entiende  aquí como el ímpetu por iniciar el contacto con la otra persona, sintiendo de esa manera que reconoces y das importancia a la relación.
  8. Necesidad de expresar y recibir amor (afecto, gratitud).

En este sentido quería concluir mi reflexión haciendo una aportación de cómo desde la intervención social, los distintos agentes podemos influir en la transformación de esta realidad de exclusión, una exclusión social pero, tal y como expongo, con un impacto individual y psicológico. Creo que tenemos en la misma relación el agente de cambio más potente.

La generación de un vínculo estable, sólido y de confianza será nuestro más importante aliado y la sintonía con esas necesidades relacionales nuestra herramienta más potente.

¿Qué implica esa sintonía? Implica que tendremos en cuenta esas necesidades y nos comportaremos intentando proporcionar esa seguridad, aprobación, aceptación, etc.

Para ello, es importante un diálogo sin juicios y una comunicación en la que haya igualdad, en la que nos pongamos frente a la persona “yo me siento ok y tú eres ok”. Una relación afectiva, estable, predecible y constante, que no desaparece ante el conflicto o la divergencia. Una mirada sin juicios y sin expectativas (etiquetas), en la que intentamos comprender al otro desde su propia perspectiva y no la nuestra exclusivamente, buscando el consenso y no la adaptación o sumisión. Nos ponemos delante de la persona ofreciendo información, motivación y protección.

Seremos guías, personas relevantes que incluso pueden llegar a idealizar y que precisamente, lejos de rechazar esta dependencia inicial la valoraremos, pues será el cultivo para que más tarde surja un sentimiento de fiabilidad y confiabilidad en nosotros/as.  En el diálogo estaremos atentos a esa necesidad que la persona tiene de diferenciación y que algunas veces, de forma inconsciente, la persona muestra en forma de oposición, discusión y o competición. En este caso nos mostraremos respetuosos, comprensivos ante esta necesidad y sostendremos con presencia y contacto, dialogando con límites amorosos pero claros.  El límite siempre será que no dañen a nadie, a nada que no esté puesto para eso, ni a ellos mismos.

En ese diálogo no tendremos miedo de dejarnos impactar por lo ocurrido sino que lo pondremos al servicio de la honestidad y solidez del vínculo. Para favorecer que el otro exprese, somos también nosotros/as los que expresamos nuestra alegría, tristeza, frustración, miedo, enfado, confusión, etc. ante lo que en la relación vaya surgiendo. La expresión propia de nuestras emociones les servirá de modelado para el aprendizaje de una expresión adecuada de sus propias emociones. En otro sentido, también será importante reconocer la emoción de la persona y permitirnos que nos impacte. Será adecuado que respondamos con compasión cuando la persona que acompañamos esté triste, proporcionemos un afecto de seguridad cuando la persona esté asustada, tomar a la persona en serio y entenderle cuando muestre su enfado y mostrar nuestra ilusión y alegría cuando la otra persona nos muestra su alegría o logro.

Una relación en sintonía con la necesidad de confirmación de la experiencia personal requiere que en muchas ocasiones nosotros/as, las personas que acompañamos, compartamos nuestra propia experiencia; diciendo como hemos resuelto un conflicto similar, como nos hemos sentido en circunstancias similares, etc., trasladando a la otra persona un sentimiento de reciprocidad. En una fase temprana de creación del vínculo la persona necesitará sentir que la otra persona está implicada en la relación y será necesario que seamos sensibles a la no acción de la persona y aceptemos que en este momento será bueno y necesario tomar la iniciativa de distintas formas. Será importante también que consideremos la importancia que la afectividad y el contacto tiene en las relaciones personales y propiciaremos unos encuentros afectuosos y cuidadosos. Promoveremos este vínculo afectivo dando y recibiendo, por lo que aceptaremos con agrado las muestras de gratitud de esas personas que acompañamos y todas aquellas expresiones de afecto educadas y también pertinentes, intentando que no se confundan con esa manipulación, los límites y la distancia que algunas veces se promueve en nombre de la objetividad y profesionalidad del servicio que se presta. Un trabajo con personas requiere que la distancia sea cada vez más pequeña.

Para todo ello no creo que sea  necesaria una gran formación psicológica (que si la hay será estupendo), pero sí es necesario el trabajo de desarrollo personal,  la capacidad de reflexión, de crítica y de autocrítica, el manejo de la incertidumbre, la solidaridad y, sobre todo, el amor y la humanidad en su sentido más amplio.

El reto está servido….

-Marta

 


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